EL CAOS DE LA NEBLINA

EL CAOS DE LA NEBLINA

Caía la madrugada por la ciudad, que lentamente abría puertas y ventanas empañadas por el aire. Todo parecía tranquilo, como los días monótonos de la jornada diaria, todo normal a no ser por la neblina que, desde la cima más elevada del cielo hasta las superficies terrosas de las calles, envolvía casas y edificios. Apenas se abrieron las entradas y salió la gente rumbo a la escuela o al trabajo, pero los ojos de cada uno no fueron suficientes para atravesar los caminos en medio de una oscuridad opaca de cenizas.

Poco a poco empezó el caos inesperado. Sobre las avenidas resonaron los alborotos de los autos, a pesar de que no había tránsito, no obstante los ruidos fueron necesarios para comunicarse entre ellos, pues aún ni con las luces encendidas lograban verse. Ya cerca se escuchaban: “¡Afíjate, tonto, has abollado mi vehículo!”, “¡Por allá!”, “¡Con lentitud, despacio!”, “¿Por qué no hay ni un carro en el centro?”, etc. Mientras unos se gruñían, otros se insultaban, y otros más se adormitaban dentro de sus carros o se iban, después de estacionar sus coches sobre las esquinas, a caminar en las banquetas.

Sobre las banquetas fluían corrientes de zapatos, y, difícilmente, las personas distinguieron al otro que también pasaba al lado, por de frente o por detrás. Una señora peripuesta fue pisada por un joven que andaba casi corriendo, y un niño, tomado fuertemente de las manos de su madre, tropezó con las rendijas del cemento. La mente de un ladrón vociferó: “¡Qué prodigio! ¡Qué maravillosa circunstancia! ¡Si robara, con facilidad lo haría!” y después se puso a maniobrar su pensamiento.

La espesura de las nieblas enlentecía bastante el movimiento de los cuerpos. Cuando no parecía sosegarse la trama matutina, las luces del sol, desvaídas, brotaron una tras otra, resbalando por los huecos de la claridad obstruida por las sombras. Pensaron que sería un alivio, pero no; al contrario, solamente la emisión de luz ocasionó de la neblina un reflejo insoportable de brillo. Hacía viento. La paz se hizo humo…

Por el resplandor la gente intentó taparse la vista, donde sentían piquetes de agujas o un alfiler ora caliente, ora frío. Los perros lujosos ladraron con furia, como si el enemigo se acercara y, a la vez, los arredrara con piedras. A lo lejos, las televisiones anunciaban que, debido a un tornado en la costa cercana, la arena y la lluvia provocaron la “neblina” por toda la ciudad. Las radios decían otra cosa: “A causa de la alta contaminación de gases, este día se recomienda que permanezcan en casa. Si salen, lleven cubre bocas.”

Una anciana saliendo de su casa, exclamó: “¡Dios mío, nunca en mi vida había visto algo semejante! ¡Llovizna, neblina y sol…juntos!” Otros pensamientos, supersticiosos y locuaces, creyeron que era el fin del Mundo o que se trataba de una artimaña del gobierno. Nada y nadie tuvo la certeza. A medio día todo tornó a la calma, porque el sol pudo disipar tantísimas tinieblas.

Durante la noche hubo una lluvia de granizos, que despertó a chicos y a grandes pensando que estaban tocando fuertemente las puertas y ventanas. De vez en cuando un alma se levantaba a observar con curiosidad el fenómeno. Luego arribó la madrugada. Los sueños pesaban tanto que ninguna persona podía levantarse de su cama. Parecía otro día normal y no como el de ayer; sin embargo, las miradas sorprendidas contemplaron las ranuras en las ventanas, y afuera, ladraban perros, sonaban autos, se oían gritos…

Osfelip Bazant

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