Sor Juana Inés de la Cruz

Breve biografía

Sor Juana Inés de la cruz fue una escritora, poetisa y religiosa de la Nueva España, considerada la máxima representante de la literatura del Barroco americano y una de las poetas más importantes en el Siglo de Oro.

En la adolescencia ejerció actividades en la corte del virreinato, y después en conventos en que formó parte y pudo desarrollar el trabajo literario ampliamente, desde la narrativa hasta la poesía. Debido a su riqueza de conocimiento y obras creadas, se le llamó “La décima musa” o “El Fénix de América”.

Su fecha aproximada de nacimiento es el 12 noviembre de entre 1648 y 1651 en San Miguel Nepantla (Estado de México), y falleció en abril de 1695 en el centro colonial español de la época (hoy Ciudad de México).  

Selección de sonetos

SONETO I
(Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba…)

Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba,
como en tu rostro y tus acciones vía
que con palabras no te persuadía,
que el corazón me vieses deseaba.

Y Amor, que mis intentos ayudaba,
venció lo que imposible parecía:
pues entre el llanto que el dolor vertía,
el corazón deshecho destilaba.

Baste ya de rigores, mi bien, baste:
no te atormenten más celos tiranos,
ni el vil recelo tu quietud contraste

con sombras necias, con indicios vanos,
pues ya en líquido humor viste y tocaste
mi corazón deshecho entre tus manos.


SONETO II
(Detente sombra de mi bien esquivo…)

Detente, sombra de mi bien esquivo,
imagen del hechizo que más quiero,
bella ilusión por quien alegre muero,
dulce ficción por quien penosa vivo.

Si al imán de tus gracias atractivo
sirve mi pecho de obediente acero,
¿para qué me enamoras lisonjero,
si has de burlarme luego fugitivo?

Mas blasonar no puedes, satisfecho,
de que triunfa de mí tu tiranía;
que aunque dejas burlado el lazo estrecho

que tu forma fantástica ceñía,
poco importa burlar brazos y pecho,
si te labra prisión mi fantasía.


SONETO III
( El ausente, el celoso, se provoca…)

El ausente, el celoso, se provoca,
aquél con sentimiento, éste con ira;
presume éste la ofensa que no mira,
y siente aquél la realidad que toca.

Éste templa tal vez su furia loca
cuando el discurso en su favor delira;
y sin intermisión aquél suspira,
pues nada a su dolor la fuerza apoca.

Éste aflige dudoso su paciencia,
y aquél padece ciertos sus desvelos;
éste al dolor opone resistencia,

aquél, sin ella, sufre desconsuelos;
y si es pena de daño, al fin, la ausencia,
luego es mayor tormento que los celos.


SONETO IV
(Yo no puedo tenerte ni dejarte…)

Yo no puedo tenerte ni dejarte,
ni sé por qué, al dejarte o al tenerte,
se encuentra un no sé qué para quererte
y muchos sí sé qué para olvidarte.

Pues no quieres dejarme ni enmendarte,
yo templaré mi corazón de suerte
que la mitad se incline a aborrecerte
aunque la otra mitad se incline a amarte.

Si ello es fuerza querernos, haya modo,
que es morir el estar siempre riñendo:
no se hable más en celo y en sospecha,

y quien da la mitad, no quiera el todo,
y cuando me la estás allá haciendo,
sabe que estoy haciendo la deshecha.


SONETO V
(Aunque eres, Teresilla, tan Muchacha…)

Aunque eres, Teresilla, tan muchacha,
le das que hacer al pobre de Camacho,
porque dará tu disimulo un chacho,
a aquél que se pintare más sin tacha.

De los empleos que tu amor despacha
anda el triste cargado como un macho
y tiene tan crecido ya el penacho,
que ya no puede entrar, sino se agacha.

Estás a hacerle burlas ya tan ducha,
y a salir de ellas bien estás tan hecha,
que, de lo que tu vientre desembucha,

sabes darle a entender, cuando sospecha,
que has hecho, por hacer su hacienda mucha,
de ajena siembra, suya la cosecha.

Leer aqui soneto dedicado a Sor Juana


SONETO VI
(Rosa divina que en gentil cultura…)

Rosa divina que en gentil cultura
eres, con tu fragante sutileza,
magisterio purpúreo en la belleza,
enseñanza nevada a la hermosura;

amago de la humana arquitectura,
ejemplo de la vana gentileza
en cuyo ser unió naturaleza
la cuna alegre y triste sepultura.

¡Cuán altiva en tu pompa, presumida,
soberbia, el riesgo de morir desdeñas;
y luego, desmayada y encogida,

de tu caduco ser das mustias señas,
con que con docta muerte y necia vida,
viviendo engañas y muriendo enseñas!


SONETO VII
(Al que ingrato me deja busco amante…)

Al que ingrato me deja, busco amante;
al que amante me sigue, dejo ingrata;
constante adoro a quien mi amor maltrata,
maltrato a quien mi amor busca constante.

Al que trato de amor, hallo diamante,
y soy diamante al que de amor me trata;
triunfante quiero ver al que me mata
y mato al que me quiere ver triunfante.

Si a éste pago, padece mi deseo;
si ruego a aquel, mi pundonor enojo:
de entrambos modos infeliz me veo.

Pero yo, por mejor partido, escojo
de quien no quiero, ser violento empleo,
que, de quien no me quiere, vil despojo.


SONETO VIII
(Con el dolor de la mortal herida…)

Con el dolor de la mortal herida,
de un agravio de amor me lamentaba,
y por ver si la muerte se llegaba,
procuraba que fuese más crecida. 

Toda en el mal el alma divertida
pena por pena su dolor sumaba,
y en cada circunstancia ponderaba
que sobraban mil muertes a una vida. 

Y cuando, al golpe de uno y otro tiro,
rendido el corazón daba penoso
señas de dar el último suspiro, 

no sé con qué destino prodigioso
volví en mi acuerdo y dije: —¿Qué me admiro?
¿Quién en amor ha sido más dichoso?


SONETO IX
(Amor empieza por desasosiego…)

Amor empieza por desasosiego,
solicitud, ardores y desvelos;
crece con riesgos, lances y recelos;
susténtase de llantos y de ruego.

Doctrínanle tibiezas y despego,
conserva el ser entre engañosos velos,
hasta que con agravios o con celos
apaga con sus lágrimas su fuego.

Su principio, su medio y fin es éste:
¿pues por qué, Alcino, sientes el desvío
de Celia que otro tiempo bien te quiso?

¿Qué razón hay de que dolor te cueste?,
pues no te engañó amor, Alcino mío,
sino que llegó el término preciso.


SONETO X
(¿En perseguirme, mundo, qué interesas?…)

En perseguirme, mundo, ¿qué interesas?
¿En qué te ofendo, cuando sólo intento
poner bellezas en mi entendimiento
y no mi entendimiento en las bellezas?

Yo no estimo tesoros ni riquezas;
y así, siempre me causa más contento
poner riquezas en mi pensamiento
que no mi pensamiento en las riquezas.

Y no estimo hermosura que, vencida,
es despojo civil de las edades,
ni riqueza me agrada fementida,

teniendo por mejor, en mis verdades,
consumir vanidades de la vida
que consumir la vida en vanidades.


SONETO XI
(Este que ves, engaño colorido…)

Este que ves, engaño colorido,
que, del arte ostentando los primores,
con falsos silogismos de colores
es cauteloso engaño del sentido;

éste, en quien la lisonja ha pretendido
excusar de los años los horrores,
y venciendo del tiempo los rigores
triunfar de la vejez y del olvido,

es un vano artificio del cuidado,
es una flor al viento delicada,
es un resguardo inútil para el hado:

es una necia diligencia errada,
es un afán caduco y, bien mirado,
es cadáver, es polvo, es sombra, es nada.


SONETO XII
(¿Tan grande, ¡ay, hado!, mi delito ha sido…)

¿Tan grande ¡ay, hado!, mi delito ha sido
que por castigo de él o por tormento,
no basta el que adelanta el pensamiento
sino el que le previenes al oído?

Tan severo en mi contra has procedido,
que me persuado de tu duro intento,
a que sólo me diste entendimiento
porque fuese mi daño más crecido.

Dísteme aplausos para más baldones,
subir me hiciste, para penas tales,
y aun pienso que me dieron tus traiciones

penas a mi desdicha desiguales,
porque viéndome rica de tus dones
nadie tuviese lástima a mis males.

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