La eternidad del poeta

LA ETERNIDAD DEL POETA

Cierta vez dos poetas se preguntaron sobre la eternidad de sus vidas si lograban escribir buenos versos… El primero exclamó: “La poesía es como un rompecabezas difícil de armar por su complejo pensamiento; forma como contenido deben extrañar, alterar e incomodar tanto al alma como al cuerpo”. El segundo, rápidamente refutó: “La poesía es un acertijo que se entiende por el mismo sentimiento; forma como contenido deben enseñar, deleitar y conmover tanto al alma como al cuerpo”. Dicho y hecho, sin vivir y contar aquella anécdota, sólo el segundo poeta, entre tantas voces, sigue existiendo.

Osfelip Bazant

El asesino del jefe malvado

El asesino del jefe malvado

Todos los trabajadores asistieron al funeral del asesinado jefe.
Algunos lloraban sin en verdad llorar; otros rezaban con vagas palabras, y, otros más, eran silencio o se lamentaban taimadamente.
Sin embargo, todos yacían en un mismo cuestionamiento sobre el prodigioso asesino y, a la par, se respondían: “fui yo”.

Osfelip Bazant

EL CAOS DE LA NEBLINA

EL CAOS DE LA NEBLINA

Caía la madrugada por la ciudad, que lentamente abría puertas y ventanas empañadas por el aire. Todo parecía tranquilo, como los días monótonos de la jornada diaria, todo normal a no ser por la neblina que, desde la cima más elevada del cielo hasta las superficies terrosas de las calles, envolvía casas y edificios. Apenas se abrieron las entradas y salió la gente rumbo a la escuela o al trabajo, pero los ojos de cada uno no fueron suficientes para atravesar los caminos en medio de una oscuridad opaca de cenizas.

Poco a poco empezó el caos inesperado. Sobre las avenidas resonaron los alborotos de los autos, a pesar de que no había tránsito, no obstante los ruidos fueron necesarios para comunicarse entre ellos, pues aún ni con las luces encendidas lograban verse. Ya cerca se escuchaban: “¡Afíjate, tonto, has abollado mi vehículo!”, “¡Por allá!”, “¡Con lentitud, despacio!”, “¿Por qué no hay ni un carro en el centro?”, etc. Mientras unos se gruñían, otros se insultaban, y otros más se adormitaban dentro de sus carros o se iban, después de estacionar sus coches sobre las esquinas, a caminar en las banquetas.

Sobre las banquetas fluían corrientes de zapatos, y, difícilmente, las personas distinguieron al otro que también pasaba al lado, por de frente o por detrás. Una señora peripuesta fue pisada por un joven que andaba casi corriendo, y un niño, tomado fuertemente de las manos de su madre, tropezó con las rendijas del cemento. La mente de un ladrón vociferó: “¡Qué prodigio! ¡Qué maravillosa circunstancia! ¡Si robara, con facilidad lo haría!” y después se puso a maniobrar su pensamiento.

La espesura de las nieblas enlentecía bastante el movimiento de los cuerpos. Cuando no parecía sosegarse la trama matutina, las luces del sol, desvaídas, brotaron una tras otra, resbalando por los huecos de la claridad obstruida por las sombras. Pensaron que sería un alivio, pero no; al contrario, solamente la emisión de luz ocasionó de la neblina un reflejo insoportable de brillo. Hacía viento. La paz se hizo humo…

Por el resplandor la gente intentó taparse la vista, donde sentían piquetes de agujas o un alfiler ora caliente, ora frío. Los perros lujosos ladraron con furia, como si el enemigo se acercara y, a la vez, los arredrara con piedras. A lo lejos, las televisiones anunciaban que, debido a un tornado en la costa cercana, la arena y la lluvia provocaron la “neblina” por toda la ciudad. Las radios decían otra cosa: “A causa de la alta contaminación de gases, este día se recomienda que permanezcan en casa. Si salen, lleven cubre bocas.”

Una anciana saliendo de su casa, exclamó: “¡Dios mío, nunca en mi vida había visto algo semejante! ¡Llovizna, neblina y sol…juntos!” Otros pensamientos, supersticiosos y locuaces, creyeron que era el fin del Mundo o que se trataba de una artimaña del gobierno. Nada y nadie tuvo la certeza. A medio día todo tornó a la calma, porque el sol pudo disipar tantísimas tinieblas.

Durante la noche hubo una lluvia de granizos, que despertó a chicos y a grandes pensando que estaban tocando fuertemente las puertas y ventanas. De vez en cuando un alma se levantaba a observar con curiosidad el fenómeno. Luego arribó la madrugada. Los sueños pesaban tanto que ninguna persona podía levantarse de su cama. Parecía otro día normal y no como el de ayer; sin embargo, las miradas sorprendidas contemplaron las ranuras en las ventanas, y afuera, ladraban perros, sonaban autos, se oían gritos…

Osfelip Bazant

JUGUETES

JUGUETES

Cuando era niño, vivía en casa de mis abuelos y me gustaba mucho oír las historias de sus vidas: sentía que eran mis sueños transcurridos hace poco tiempo.

Una vez mi abuela dijo que había un almacén lleno de juguetes, diversos y antiguos, que serían míos si me portaba bien. Pero ya sabía dónde estaba el almacén y salí durante la noche a buscarlo afuera, en el patio.

Llegué, la puerta cerrada era de madera vieja, aunque intacta, nada roída por los años. Intenté abrirla con las llaves que encontré en el cajón del escritorio de mi abuelo. ¡Qué bien! ¡Lo conseguí!… Entré sin hacer ruido, temeroso y despacio.

Todo estaba cubierto de sábanas: el polvo saltaba por el aire cuando quité cada una. Estuve sorprendido mirando con sonrisas, uno a uno, los juguetes… Pero de repente, un avioncito de color rojo y blanco pasó volando sobre mí. Me espanté, y fue peor todavía cuando todos cobraron vida propia: los carros corrían como locos,  los animales gritaban y prorrumpían sonidos extraños, los muñecos me hablaban y después reían.

Pensé que tal vez Dios me castigaba por haber ido sin permiso de mis abuelos… No supe, pero luego desperté en mi cuarto y el mismo avión estaba debajo de mi almohada.

Osfelip Bazant

Mismo cuento en portugués aquí:

EL FIN DEL CIELO

El fin del cielo

En el cielo los ángeles volaban alrededor de la torre de luz.
De pronto, con súbito asombro, se percataron del hundimiento de las nubes.
El viento cortaba los templos, llovían rayos, meteoros y lajas de hielo; se hacía, en plena mañana, una tarde rojo-oscura.
Se preguntaron con el aleteo de sus cuerpos el porqué de la situación. Se sonrojaban…
Entonces, desde la torre, habló el jefe mayor:
¡Queridos ángeles, hoy es el fin del cielo!

Osfelip Bazant

UN RUIDO QUE NO ALTERA

UN RUIDO QUE NO ALTERA

Pascal era fiel al silencio, se escondía hasta del ruido de la radio y de la televisión; odiaba cualquier alboroto medio leve o fuerte que pasara como aire que rosara el delicado pabellón de sus oídos.

Pero después por mala suerte perdió la quietud que le sostenía, ya que una vez, al llegar de la escuela, uno de sus vecinos y amigos escuchaba música a todo volumen: era un pesar que más que dolor le atrapaba en un recinto frío y oscuro en la cabeza.

—¡Qué escándalo perturba a los silencios! —dijo entre dientes, y se puso a planear algo para cesarlo…

En primer lugar, acudió simplemente con el vecino para pedirle de favor que bajara el volumen. Aunque después de tocar durante dos cuartos de hora, se dio cuenta de que todos habían salido… Miraba a través de los cristales de las ventanas, saltaba, luego se doblaba para ver por debajo de la puerta, rondaba todo alrededor, y tocaba más duro, aunque inútilmente, porque en verdad no había nadie: ni el canario, ni el gato, ni los perros…

Hizo ademán de entrar a cualquier modo, pero se desesperó. Así que, sin dudarlo, se fue.

Abriendo la puerta de su casa, con más agobio que el de estar afuera sin lograr nada, se le ocurrió ponerse unas bolitas de algodón en las orejas, en vano… ¡Aún titubeaba el alboroto!

—No, no, no… ¡Que más intento! — exclamaba, mientras rebuscaba una idea en su memoria. —¡Ah, lo sé! Mejor dormiré, me cubriré la cabeza con almohadas.

Ponerse las manos sobre las orejas para doblegarlas o encorvarlas, gritar y hasta desear que se fuese la luz, aunque ya casi oscurecía. Todo esto hizo sin fortuna…

Al advertir que las horas eran arrastradas por el tiempo, y el atardecer en su última fase iba, leyó en voz alta… Para acabar, prendió nueva radio y comenzó a atender su propia música.

Osfelip